Este verano, los amigos de la ciudad habían organizado un concierto especial en la plaza del pueblo. Una imagen destellante de miles de vecinos sentados ante el escenario, bajo las estrellas. Y sobre las tablas estaría Serrat acompañado por la banda municipal, integrada por 70 músicos locales. El repertorio de Serrat es algo así como un calendario vital. Dime qué canciones son las que más te tocan adentro y sabremos en qué año tenías 15 años y cuándo empezó a hacer 20 que tenías 20 años y hasta cuándo ya hacía 20 años de cuando hacía 20 años que tenías 20 años. No existe mejor expresión de la popularidad de un artista que su imbricación en la vida íntima de sus espectadores. Convertidas las canciones en un organismo vivo dentro de cada escuchante, el repertorio elegido para tocar con la banda tenía más que ver con las condiciones musicales. No existe nada más hermoso que una banda municipal, pero su logaritmo está preparado para arrancarse por pasodobles y tiene un mérito increíble alzarse a cantar delante un repertorio melódico y hondo.
Por esas coincidencias de la vida, el pianista de Serrat, Ricard Miralles, su socio musical desde cinco décadas atrás, celebraba esa noche su cumpleaños. Para terminar de ejemplificar lo estrecho de nuestro espacio vital, contó que su abuelo Saturnino había sido maestro de escuela en la ciudad de Viana y que allí, durante sus años de trabajo, nació la madre de Miralles, por tanto también catalán de Viana por una serie de accidentes afortunados que nada tenían que ver con los accidentes particulares que llevaron a su socio musical a aquellas tierras. Y así, en mitad de la noche, con Serrat entonando canciones propias, otras compuestas a partir de versos de Machado o Miguel Hernández y algunas escritas en catalán, pasó una estrella fugaz. Y en ese instante se produjo la mejor expresión de la cercanía y el tejido que mejor nos representa, sin ningún esfuerzo, sin ninguna explicación, tan solo porque nadie nos puede separar de los veranos, de los destinos, de los viajes, de los accidentes de la vida. Un destello de nuestra pertenencia a un inabarcable universo y una nota de bombardino que nos recuerda el pequeñísimo trozo de tierra por donde discurre lo que somos y seremos.
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